Una condición ineludible de la planificación en ciencia y tecnología es advertir los largos plazos que median desde que se toma la decisión de invertir en ciencia, hasta que sus frutos se hacen palpables para la comunidad toda. Desgraciadamente, la inversa no es cierta: desde el momento en que urgencias socio-económicas obligan a disminuir la inversión hasta que se manifiestan sus efectos negativos, sólo media un plazo de muy pocos años, incluso meses.
En estos tiempos de crisis económica y social, las tensiones entre las programaciones a corto y a largo plazo se hacen más evidentes. No hay sector político niegue en su discurso la importancia de sostener con ciencia y tecnología al entramado productivo del país. Hay sin embargo miradas disímiles acerca de lo que se debe hacer en épocas de vacas flacas.
La comunidad científica no puede ser testigo mudo de las tomas de decisiones; la necesidad de contar con un fuerte sistema de ciencia y la tecnología está universalmente demostrada en los países que por ello son desarrollados, y por tanto debemos abstraernos de los plazos breves de la política electoral. Las alternancias políticas en la Argentina suelen tener períodos cortos, incompatibles con la programación a largo plazo. Nuestra historia muestra que las marchas y contramarchas en la política y en la economía suelen convertir en letra muerta las mejores intenciones; por ello, se necesita una política de estado, con real enfoque federal. Es fundamental que haya propuestas que trasciendan el estrecho corsé de la política partidista y que sean fruto de un debate amplio, bien fundamentado en hechos y en ideas, y la Asociación Argentina para el Progreso de las Ciencias, en común acuerdo con el Encuentro Permanente de Asociaciones Científicas es un canal lógico para generar ese tipo de propuestas.
Por ese motivo hemos organizado un debate con cuatro especialistas y representantes de asociaciones científicas que forman parte de EPAC, que tuvo lugar el pasado 24 de abril en nuestra sede, con la idea de que el mismo debe ser el puntapié inicial para la formulación de estrategias de corto, mediano y largo plazo.
La realidad actual de la financiación en ciencia y tecnología está plasmada en la ley de leyes, en el presupuesto nacional. Jorge Aliaga nos explica cómo debe leerse el mismo, evitando cometer errores serios en su lectura e interpretación. En su trabajo orientado a comprender la información sobre el presupuesto para C&T, desnuda trucos que distorsionan la participación del sector en el PBI y/o en el presupuesto nacional. Los datos acerca de la evolución en C&T en largos períodos y el detalle respecto de la distribución en órganos de ejecución y el origen del financiamiento permite llamar la atención con respecto a la localización geográfica de investigadores y becarios en el país, las interrelaciones CONICET- UUNN y demás organismos del sistema nacional de C&T, que privilegian la correlación CONICET-UUNN. En particular, Aliaga hace notar que los criterios utilizados por los gobiernos y los medios para informar sobre el presupuesto real asignado al sector, discriminan selectivamente entre recursos asignados, devengados y pagados, provocando distorsiones en la interpretación y las comparaciones.
Los indicadores cientométricos son esenciales en ese análisis, y también fundamentales para describir nuestra situación actual y desde allí sacar conclusiones y hacer propuestas. La autoridad de Mario Albornoz en ese tema es innegable, ya que la Red de Indicadores de Ciencia y Tecnología ha venido publicando esos datos para la región latinoamericana durante más de veinte años. Su exposición plantea la necesidad de discutir la política científica más allá de la cuestión presupuestaria, enfocando cuatro grandes temas: la estructura institucional, particularmente la relación CONICET-UUNN; los criterios y prioridades para la asignación de recursos; la valoración de los resultados y la transferencia de conocimientos. Los datos ponen de manifiesto el menor crecimiento relativo de los resultados evaluables con relación a otros países de la región, el bajo nivel de patentamiento y los bajos indicadores de vinculación. De este trabajo surgen algunos interrogantes que merecen discusión, referidos al crecimiento deseable del CONICET y los desafíos para el sector en los años venideros.
Para hablar de estrategias y propuestas a futuro, lo primero que necesitamos es comprender nuestra propia historia, nuestra evolución. Como dice Eric Hobshawm:
… el proceso de previsión del futuro debe basarse necesariamente en el conocimiento del pasado. Lo que vaya a ocurrir tendrá forzosamente alguna relación con lo que ya ha ocurrido.
Argentina tiene una larga tradición en ciencia de alto nivel en Latinoamérica, esencialmente en el ámbito de las ciencias biomédicas. Destacadamente, a través de Bernardo Houssay y sus discípulos, la pujanza del sector generó tres figuras laureadas con el Premio Nobel. En la primera mitad del siglo XX, Argentina estaba decididamente a la cabeza de Latinoamérica. ¿Qué pasó? Las cifras que miden cuantitativamente esa evolución no son muy halagüeñas, y eso en un período en el que se alternaron gobiernos de distinto signo, gobiernos democráticos y dictaduras. Luis Quesada Allué analiza en profundidad este tema comparando la evolución del sistema nacional de C&T - medido con indicadores cientométricos tales como el tamaño del sistema, en base al número de documentos citables, la influencia en base a citaciones y el tamaño de la elite - en relación a otros países de la región y del mundo. La conclusión principal es que se advierte decadencia de la C&T en la Argentina respecto de estos países. Por ejemplo, si bien siempre aumenta el numero absoluto de publicaciones y otros parámetros, Argentina cae en los rankings como país, tanto el de documentos citables como el de número de citas. Su análisis pone de manifiesto que el tamaño de la elite, que mantiene estándares internacionales, es menor pero comparable con el de países desarrollados; pero desproporcionado con el resto del sistema científico-tecnológico, muy poco desarrollado; y advierte la fragilidad de ciertos mitos locales como los de una peculiar excelencia y eficiencia generalizadas del sistema. Lamentablemente, el sector de C&T en Argentina no creció en proporción al tamaño del país.
Toda esta información debe ser la base de la programación. Fernando Stefani analiza las alternativas, los caminos y las consecuencias asociadas a las decisiones que tomemos. Su trabajo coloca en perspectiva el financiamiento del sistema nacional de C&T, utilizando indicadores de inversión en términos de porcentaje del PBI, del presupuesto nacional, en general y por sector. Se advierte, como señalaron otros panelistas, que el máximo de la inversión ocurrió en 2015 y que en la actualidad esos indicadores han caido a los niveles de 2002. Se destaca que la inversión total en C&T en medida en millones de USD es equivalente a la de centros del exterior como la sociedad Max Planck y el MIT, y que la evolución temporal está marcadamente por debajo de las de países tales como Corea del Sur, Alemania, China y Brasil, compitiendo en los niveles más bajos con otros países de la región. En opinión de Stefani, a pesar de las críticas recibidas por el proyecto de ley del Senador Perotti, la inversión total que demanda dicho proyecto es inferior a los números representados por el giro de divisas al exterior, la quita de retenciones, la recomposición para las distribuidoras eléctricas y el pago de intereses de títulos públicos. Finalmente, llama la atención sobre la brecha existente entre inversión en los sectores público y privado en los países subdesarrollados, que en el caso de los desarrollados, se rellena por medio de organismos intermedios de vinculación.
Muchas de las principales conclusiones de esta jornada se encuentran en el excelente resumen de la presentación de Mario Albornoz. En sus propias palabras:
La ciencia y la tecnología son esenciales para el desarrollo de los países. Pero la ciencia, por si misma, no saca a los países de la pobreza.
Si por ciencia se entiende además la tecnología, la educación de alto nivel, la difusión social de los conocimientos, es otra cosa. Pero eso requiere muchos actores: centros de investigación, universidades, empresas, comunicadores públicos, inversión estatal y privada. No depende solamente del estado.
La investigación universitaria debe ser fortalecida. Para ello es preciso que las universidades aumenten las dedicaciones exclusivas y sean capaces de crear un clima de impulso a la investigación. Deben fortalecer sus vínculos con el entorno económico y social, aunque el límite es el escaso dinamismo de las empresas.
Es necesario revisar la política de creación de institutos del CONICET ¿Debe continuar creando institutos en temas no estratégicos?
Hay una tensión entre la inclusión y la excelencia que debe ser resuelta de un modo que mejore los resultados de la investigación, en comparación con otros países latinoamericanos.
Si la política seguida en estos años dio resultados muy inferiores a los de otros países de América Latina ¿tiene sentido continuar con ese mismo modelo, sin hacer antes una revisión profunda de sus supuestos básicos?
En estos párrafos de Albornoz se pueden encontrar varios de los principales interrogantes que debemos analizar para generar, desde la sociedad civil científico-tecnológica, propuestas superadoras de la actual coyuntura.