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Un equipo de científicos suizos anuncia que ha producido el primer genoma de una bacteria por ordenador: un conjunto de genes de un ser que no existe todavía diseñado artificialmente.

Cada vez que en un laboratorio se descifra el genoma de un ser vivo (da igual que sea un hongo, un árbol, un animal o un homínido) la información descubierta pasa a formar parte de los fondos digitalizados donde se conserva el patrimonio genómico mundial. Esa sucesión de «letras» (de pares de bases moleculares) que encierran las instrucciones con las que la naturaleza «fabrica» un ser vivo pasan a formar parte del acervo científico global. Uno de los centros donde se conserva esa información es el  National Center for Biotechnology  de EE UU. Se trata de una base de datos donde se conserva la información necesaria para entender cómo funciona una bacteria, qué se hace para mejorar la productividad de una planta o qué provoca cáncer.

Desde ayer, esa base de datos tiene también un extraño: el primer ADN completo de un organismo creado por ordenador. Es decir, desde ayer, el patrimonio genémico de la vida tiene también las instrucciones de un ser no vivo. O al menos no vivo aún: simplemente confeccionado de manera digital en lugar de extraído de la naturaleza. Un paso más hacia el desarrollo pleno de la vida artificial. Un paso más hacia el sueño o la pesadilla de crear una vida, de jugar a ser «Dios».

Desarrollado por investigadores de la  Escuela Politécnica Federal de Zúrich,  el genoma ahora inventado responde a un teórico individuo de «Caulobacter etherensis-2.0», nombre con el que los científicos han bautizado a este germen de no-vida o, mejor dicho, de un proyecto de vida sintética. De él, los expertos han desarrollado una larga molécula de ADN, pero el organismo como tal no existe.

Generalmente, el descifrado del genoma de un ser vivo se produce a partir del conocimiento físico del ser vivo en cuestión. Se estudia durante décadas la composición molecular de una lechuga hasta que se extrae la cadena de genes que la hacen ser como es. En este caso el proceso ha sido el inverso. Los científicos han diseñado una cadena de genes válida sin que exista en la naturaleza.

Para ello se ha inspirado en una bacteria muy conocida y, ésta sí, real: «Caulobacter crecentus». Un microorganismo encontrado en fuentes de agua natural. No es una bacteria dañina para el ser humano y generalmente se utiliza para la investigación en laboratorios por su simplicidad. De los cerca de 4.000 genes que contienen, solo 680 son necesarios para que se desarrolle y viva con normalidad, y se acerca al mínimo genoma viable en laboratorios.

Los responsables han sido capaces de reproducir sintéticamente el ADN de esa bacteria e incorporar en él sucintas variaciones. Hasta ahora, la ciencia había logrado copiar el ADN de microorganismos de forma sintética. Por ejemplo, tras décadas de trabajo y cerca de 40 millones de dólares de inversión, el equipo del genetista Craig Venter anunció hace unos años la copia del genoma de algunos microorganismos sencillos. Pero en este caso ya no se está copiando un modelo: se han introducido variaciones del «puño y letra» y se ha generado un programa biológico que no está en la naturaleza. Se ha creado «el programa de instrucciones de una nueva vida que no existe».

El trabajo es difícil. Los biólogos sintetizaron 236 segmentos del genoma de la bacteria C. Crecentus con la intención de ensamblarlos después. Para ello hubo que seleccionar correctamente los segmentos útiles cargados de información específica y vital para el funcionamiento del organismo; es decir, hubo que de-sechar redundancias, repeticiones de información, secuencias inútiles y ADN basura que, en el caso de la vida, hay a patadas. Por ejemplo, hay muchas más de cuatro formas distintas de escribir la secuencia de genes que conduce a una proteína. Utilizando algoritmos fuertes eliminaron esas redundancias hasta llegar a la mínima expresión útil del ADN. Es como si de un texto escrito se eliminaran todas las palabras innecesarias hasta lograr la mínima expresión necesaria para transmitir el mensaje. Después, se procedió a modificar algunas de esas secuencias sin que se perdiera su función. Es decir, se encontró una combinación de material genético distinta (e inexistente en la naturaleza) que podría conducir a la creación de la misma.

Nunca antes se había logrado un hito así. Lo más sorprendente es que, la simplificación de los procesos es tal que la creación de esta nueva forma de «no vida» artificial ha costado 120.000 francos suizos (cerca de 100.000 euros) y solo un año de trabajo.

De momento, el experimento no es más que una prueba de las capacidades algorítmicas para desarrollar información vital en el ordenador y ha servido para que en el futuro se puedan simplificar los procesos de generación de secuencias genéticas. Nadie ha pensado en introducir esa secuencia genética artificial en una célula real y hacerla funcionar. Pero no hay nada que impida, técnicamente, hacerlo. El problema será si éticamente estamos preparados para convertirnos en creadores de vida, en pequeños o grandes «dioses» de laboratorio.

04-04-19 | MIOD / La Razón|

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