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Investigadores españoles hallan el rastro químico de fenómenos del pasado en pinos centenarios.

La erupción del volcán Tambora (Indonesia) en abril de 1815 dejó sin verano a Europa al año siguiente. Expulsó tantas partículas a la atmósfera que oscureció los cielos haciendo que rebotaran los rayos del Sol. Ahora, investigadores españoles han encontrado la huella de aquella megaerupción en pinos del Pirineo, a más 12.000 kilómetros del Tambora. La técnica usada les ha permitido detectar otras muchas erupciones y las marcas que fenómenos como la Revolución Industrial o los cambios climáticos han ido dejando en los anillos de los árboles.

«La dendrocronología era, en su origen, el estudio del crecimiento de las plantas leñosas por el patrón de los anillos de su tronco. Formados anualmente, dan muchas pistas sobre los avatares del árbol. Los años de sequía o de abundancia quedaban reflejados en el grosor o la forma del anillo. Por eso mismo, estos cambios permiten conocer las condiciones ambientales en las que ha ido creciendo el árbol» indica la experta dendrocronóloga y profesora de la   Universidad de Barcelona  (UB), Emilia Gutiérrez.

Ahora, un grupo de investigadores españoles, entre los que está Gutiérrez, ha usado una novedosa técnica de imagen para detectar la presencia de diferentes elementos químicos atrapados en cada uno de los anillos de ejemplares de pino negro de dos parques nacionales (Ordesa y Monte Perdido y el de Aigüestortes i Estany de Sant Maurici). Situados en el centro de la cordillera pirenaica, están entre las formaciones boscosas ibéricas menos alteradas por las acciones humanas. Algunos de estos Pinus uncinata tienen más de 700 años, lo que los convierte en viejos testigos de la historia.

«Los árboles se comportan como una antena, acaban por recoger todo lo que los rodea, quedando registrado en sus anillos», dice el investigador de la   Universidad Pablo de Olavide  y coautor del estudio, Raúl Sánchez-Salguero. Usando fluorescencia de rayos X, los autores del estudio analizaron la presencia de hasta 14 elementos químicos distintos en cada uno de los anillos, de no más de 0,5 milímetros de grosor. Algunos son claves para el crecimiento del árbol, como el magnesio o el potasio. Otros fueron capturados ya fuera por vía aérea o una vez depositados en el suelo aunque vinieran desde tan lejos como el Tambora.

Al permitir un seguimiento anual y hasta estacional de los cambios químicos del ambiente, estos pinos centenarios funcionan como vigías, detectando cualquier anomalía. Así en el anillo siguiente al año sin verano provocado por el Tambora la presencia de hierro sube de forma dramática, mientras bajó la de calcio, indicador de que esa temporada el árbol sufrió. En las muestras de madera también identificaron toda una serie de erupciones volcánicas desde el siglo XVIII, empezando por la de Timanfaya, en Lanzarote, que duró varios años, de 1730 a 1736. Otras fueron más lejos: Nicaragua, EE.UU., Japón…

Además de las erupciones volcánicas, esta técnica también ayuda a saber cómo era el clima en el pasado. Los autores comprobaron una correlación entre la señal química detectada en los anillos y las temperaturas. «Esta técnica nos permite estudiar los componentes atmosféricos que había en ese momento», comenta la investigadora del   Centro Tecnológico Forestal y de la Madera  y principal autora de la investigación, Andrea Hevia. «Nos permite entender cómo era el clima del pasado, algo que solo se podía estimar por la anchura de los anillos», añade.

A partir de mediados del siglo XIX los pinos negros del Pirineo empiezan a recoger en sus anillos niveles muy altos de elementos químicos como el cloro, el fósforo o el azufre. La explicación a esta anomalía esté probablemente en los inicios de la Revolución Industrial en España. De hecho, la señal de estos elementos químicos es aún mayor a partir de 1950, la era del desarrollismo español.

«Si tal y como indica este trabajo, durante los siglos XIX y XX se alcanzaron niveles muy superiores de elementos químicos que se mantenían estables en los últimos siglos, es recomendable usar este tipo de técnicas para evaluar los posible efectos futuros de las emisiones atmosféricas en la conservación de los bosques», dice en una nota el investigador del   Instituto Pirenaico de Ecología  (IPE-CSIC) y también coautor del estudio, J. Julio Camarero.

Entre las muchas beneficiadas de esta técnica está la dendroarqueología, el estudio del pasado en los anillos de los árboles. «Se está investigando con isótopos de algunos elementos (estroncio, oxígeno) para conocer su potencial como marcadores de procedencia de la madera histórica y arqueológica», explica la dendroarqueóloga de la Universidad de Santiago Marta Domínguez Delmás, no relacionada con este estudio. Otro de sus posibles usos sería la identificación del origen de las maderas tropicales actuales en la lucha contra las talas ilegales.

15-01-18 / El País – España

 

 

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