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Científicos descubren nuevas pistas sobre la erupción volcánica que cambió el curso de la vida en nuestro planeta.

Hace 250 millones de años, una fuerza brutal se expandió por la Tierra provocando la extinción más grande en la historia de nuestro planeta. Conocida como la Extinción masiva del Pérmico-Triásico o, más informalmente, la Gran Mortandad, acabó con el 90% de toda la vida existente en el momento. A punto estuvo nuestro mundo de volver a la casilla de salida y convertirse en una roca inerte y despoblada, con suerte un reino de bacterias. En el mar, ese poder destructor inmenso remató a los pequeños trilobites, a antiguos peces y otras criaturas que tuvieron la mala suerte de ser coetáneas al fenómeno. En tierra firme, modificó la flora terrestre para siempre, provocando el adiós definitivo a muchos reptiles, anfibios e insectos gigantes. Incluso el grupo del que luego surgirían los dinosaurios (que después recibieron lo suyo) tardó en recuperarse.

Una catástrofe global cuyos efectos se hicieron notar durante millones de años y que, sin duda, cambió el curso de los acontecimientos de manera definitiva. Sin embargo, el origen de ese apocalipsis todavía no está claro. Los científicos creen que diferentes acontecimientos pudieron ocurrir en un breve espacio de tiempo provocando una «tormenta perfecta»: el impacto de un gran meteorito en Araguainha, una zona repleta de petróleo en lo que ahora es Brasil, y especialmente unas erupciones volcánicas a lo grande en Siberia, Rusia, que liberaron en la atmósfera miles de millones de toneladas de cenizas y carbono, lo que alteró drásticamente el clima en todo el mundo.

«La magnitud de esta extinción fue tan increíble, que los científicos a menudo se han preguntado qué hizo que los traps de Siberia (una gran región de roca volcánica) fueran mucho más mortales que otras erupciones similares», apunta Michael Broadley, del   Centro de Investigación Petrográfica y Geoquímica,  en Francia, y autor principal de un artículo al respecto que publica la revista   Nature Geoscience.

Para desvelar el misterio, Broadley y su equipo examinaron unas secciones rocosas de la litosfera, una capa del planeta situada entre la corteza y el manto, llamadas xenolitos. Estos fragmentos de rocas atrapados en el magma estallan en la superficie durante la explosión volcánica.

UN MILLÓN DE AÑOS DE LLUVIA ÁCIDA
A través del análisis de muestras, los investigadores han intentado determinar la composición de la litosfera. Descubrieron que antes de que ocurriera la inundación de los basaltos, como los geólogos llaman a la erupción volcánica, la litosfera siberiana estaba cargada de cloro, bromo y yodo, todos elementos químicos del grupo halógeno. Sin embargo, esos elementos parecían haber desaparecido después.

La conclusión es que toda esa química fue a parar a la atmósfera terrestre durante la explosión volcánica, «destruyendo efectivamente la capa de ozono en el momento y contribuyendo a la extinción masiva», explica Broadley.

Las consecuencias, las conocidas: calentamiento global, lluvia ácida, anoxia de los océanos… En menos de un millón de años la pesadilla borró de la faz de la Tierra a nueve de cada diez especies vivas. Algunas de ellas tuvieron la capacidad suficiente para recuperarse con cierta rapidez, pero sus ecosistemas volvían a destruirse poco después. Sobrevivir y volver a la normalidad parecía imposible. En general, la vida tardó millones de años en restablecerse. Una catástrofe absoluta, desde luego, pero también ayudó a dar forma al mundo que conocemos hoy. Quizás esté en nuestras manos ayudar a parar la siguiente extinción masiva, la sexta, que los científicos consideran provocada por la humanidad.

Referencia bibliográfica:
Michael W. Broadley et al., 2018. End-Permian extinction amplified by plume-induced release of recycled lithospheric volatiles. Nature Geoscience. DOI: 10.1038/s41561-018-0215-4

29-08-18 | MIOD /ABC |

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