
Es un lugar común, cuando alguien fallece, decir que se produce un vacío difícil de llenar. Con Carlos Lerch creo que ocurre todo lo contrario, nos deja un espacio lleno de recuerdos y experiencias gratas. Corría setiembre de 1968 cuando como ingeniero recién recibido ingreso al entonces Departamento de Metalurgia de la Comisión Nacional de Energía Atómica. Allí me encontré con un ingeniero joven, delgado, locuaz, extrovertido y ocurrente, con el pelo revuelto y un poco transgresor. Se llamaba Carlos Lerch, recibido como Ingeniero Mecánico en la Universidad Nacional de Rosario, ciudad de la que era oriundo, y que había llegado a Buenos Aires acompañado de Graciela, su mujer, para hacer el IV Curso Panamericano de Metalurgia, al que asistían unos pocos elegidos.
Finalizado el curso, Carlos se incorporó al grupo de aceros del Dpto. de Metalurgia y tiempo más tarde más tarde al grupo de Soldadura. Durante su permanencia en la CNEA, cumplió tareas en Canadá como inspector residente durante la fabricación de partes del reactor nuclear CANDU que los canadienses proveerían para la Central Embalse de Río Tercero en Córdoba. Incidentalmente, cabe destacar que su agudeza profesional le permitió detectar algunos problemas en la fabricación de algunos componentes que habían pasado inadvertidos hasta entonces permitiendo así que esos problemas fueran solucionados oportunamente y sin consecuencias.
Ya fuera de la CNEA, en 1977, Carlos, acompañado por tres ex-integrantes de la CNEA, Luis Barman, Humberto Baroni y quien esto escribe, fundan Servicios para la Industria Metalúrgica, SIMET S.A.. Eran los años de la plata dulce y lo razonable hubiera sido dedicarse a la especulación financiera y no a la producción. Sin embargo, la empresa, una PYME de ingeniería y fabricación, que comienza sólo con lo que Carlos y sus socios tenían puesto, se transforma en poco tiempo en un competidor serio como proveedor de componentes nucleares, llegando a emplear en pocos años a más de un centenar de personas, entre ellos numerosos técnicos e ingenieros. El talento de Carlos para hacer contactos y conseguir contratos fue protagónico en este período. Lamentablemente, la brusca interrupción del plan nuclear torna inviable a la empresa que pasa a ser un recuerdo más de iniciativas frustradas en nuestro país. Pero esto no desanima a Carlos que continúa su actividad como consultor y es así que bajo el gobierno de Alfonsín, siendo Carranza Ministro de Defensa, cumple funciones de gran responsabilidad integrando el directorio de las empresas FANAZUL, AFNE y del astillero Domec García de la armada nacional. En esos años, también desarrolla tareas en Viena, Austria, para la Organización Internacional de Energía Atómica, OIEA.
Siempre interesado en temas relacionados con la formación de los ingenieros y en la promoción de la ciencia y la tecnología, autor o coautor de trabajos y libros sobre el tema, fue un recurrente integrante de los jurados para los premios a la innovación tecnológica Jorge Sabato y Juan Manuel Fangio. Fue así como integró la AAPC y fue participante como docente de los cursos del CEA de la UBA, colaborando también con Facultades de Ingeniería del conurbano como Lomas de Zamora y La Matanza. En esta última fue responsable de la creación de la carrera de Arquitectura. La vida le jugó una mala pasada cuando su mujer, Graciela, fallece como consecuencia de un trasplante cardíaco, el único que no tiene éxito de los aproximadamente cincuenta que la Fundación Favaloro había practicado ese año. Esto resultó devastador para Carlos y sólo el paso del tiempo lo fue consolando. Afortunadamente, quiso el destino que los últimos años de su vida se vieran reconfortados por la presencia de Patricia, su actual mujer y ahora su viuda, que le llevó felicidad y le brindó acompañamiento hasta el final.
Carlos, patológicamente generoso, fiel amigo de sus amigos, querido y admirado por todos por su hombría de bien, su talento y honestidad, se ha marchado. Quienes lo conocimos, lo recordaremos siempre con el mayor de los afectos.
Luis A. de Vedia
Mayo de 2021